miércoles, mayo 23, 2012

Basura: demasiados mitos y muy pocas soluciones

¿Reciclar, enterrar residuos, descargar culpas sobre la gente? Los argumentos pierden solidez si no se admite la gravedad del tema y la urgencia de política de Estado. 


Basura: demasiados mitos y pocas soluciones

Tras el subte y otros menesteres, la basura es el nuevo conflicto entre la ciudad, la provincia y el gobierno nacional. Un conflicto que tiene forma de disputa política pero que, coherente con su materia constitutiva – la basura-, está contaminado por un rosario de mitos que esconde la esencia del problema ambiental urbano más relevante de la época. 

Para reducir la contaminación política conviene desmontar la mitología. Y lo primero es señalar que, afortunadamente y producto de la conciencia ecológica que la clase política siempre considera escasa cuando se le señala la ausencia de resultados, la cuestión de los residuos ha dejado de ser leída como un servicio público municipal y pasó a ser lo que en verdad es: un tema ambiental que requiere de una política de Estado para su abordaje. 

Mito uno: El reciclaje es la solución al problema o “a reciclar que si no se acaba el mundo”. Reciclar supone separar de la basura aquello que puede reintegrarse a un circuito productivo (papel, vidrio, plásticos o metales). 

La basura se compone de una parte orgánica (restos de comida), que en países como el nuestro ocupa cerca del 50 por ciento del total, y una parte inorgánica. En esta última hay un segmento que puede, con concientización pero fundamentalmente con gestión real de los gobiernos locales, destinarse a un reciclaje cuyo éxito también depende de la cotización que el mercado les da a esos materiales. 

Las ciudades más avanzadas, con políticas sostenidas de más de tres décadas, logran recuperar un máximo del 30 por ciento del total. (Dato comparativo: en tres años la ciudad de Buenos Aires llevó un 30 por ciento más de residuos al relleno sanitario y La Plata, gracias a un programa de recolección diferenciada llamado Bolsa Verde, lo redujo en un 10 por ciento). La gran pregunta que este mito busca ocultar es qué hacer con el resto, con lo que no es reciclable, para lo que ya no hay alfombra bajo la cual esconderlo. 

Mito dos: La solución es de todos, lo que traducido debe leerse como “la culpa es de la gente que es sucia y no entiende de ecología”. 

Si bien aritméticamente es cierto que si cada porteño separa una botella en su casa al final del día habrá tres millones de botellas menos, eso jamás ocurre: la sociedad es más que la suma algebraica de sus ciudadanos. Ergo, arengar por el brote espontáneo de la conciencia ecológica como camino al mundo sustentable es no ubicar las responsabilidades allí donde caben. 

La conciencia ambiental es inoperante si el Estado no aporta herramientas para darle escala. ¿De qué sirve hostigar a la gente con campañas de separación si luego la basura, descontando una minúscula parte que los cartoneros se gestionan por sí solos, va a parar toda junta al relleno sanitario? En su libro Para salvar el planeta salir del capitalismo , el francés Hervé Kempf hace sobrevolar una pregunta: ¿qué hace el Estado por un nuevo orden ambiental más que acusar a los ciudadanos de falta de conciencia y defender un sistema económico y social contradictorio con esa reclamada conciencia? 

Mito tres: Hacen falta sitios inmensos para tratar la basura, lo que, traducido, debe leerse como “Buenos Aires no tiene espacio y no le queda más remedio que llevarla al conurbano”. Este falso axioma contiene la intencionada idea de que, descontado el segmento potencialmente reciclable, el resto tiene que enterrarse sí o sí. 

La lógica de la basura en el área metropolitana sigue dominada por el paradigma Ceamse, organismo creado por la dictadura, que impone a los municipios la perversa modalidad de entregar su basura, pagar por enterrarla y, al cabo de equis años (como demostraron distintas universidades en los rellenos que la justicia ordenó cerrar en Villa Domínico y Ensenada), recibir de regreso tierra contaminada. Ese paradigma anquilosado – que por su mala praxis despertó tal resistencia social que ningún distrito del conurbano acepta un relleno sanitario- supone que la basura es un desperdicio que hay que eliminar. 

El mundo ya lo reemplazó por otro paradigma según el cual la basura es un bien del que se puede y se debe recuperar valor. Obviamente, mediante tecnología. La región Capital de la provincia de Buenos Aires (La Plata, Berisso, Ensenada, Brandsen y Punta Indio) resolvió avanzar hacia el nuevo paradigma, por lo que decidió salir del sistema Ceamse y así permitir el cierre del relleno de Punta Lara ordenado por la Corte bonaerense. 

Las casi mil toneladas que se generan irán a una planta de tratamiento moderna que, en apenas diez hectáreas, recuperará el 80 por ciento de los residuos y no enterrará ni un gramo. ¿Por qué se insiste entonces en que no es posible evitar trasladar la basura allende las fronteras porteñas? ¿Será para mantener vivo el paradigma del enterramiento? 

Mito final: el conflicto de la basura es político, lo que traducido debe leerse como “si Cristina y Macri no estuvieran enfrentados no se hablaría del tema”. Si lo ambiental fuese política de Estado quizás las eventuales disidencias serían “solamente” políticas. 

Hoy, con un tercio del país donde la “gestión” de residuos es la quema al aire libre, con un centenar de basurales a cielo abierto en el área metropolitana y con un sistema de rellenos sospechados de contaminación y propios de un tiempo que ya pasó, el problema de la basura es una deuda.

Diario Clarín