domingo, marzo 22, 2009

Non Fiction:
La saga de Ramos Mejía (parte III)


Como en todo barrio o lugar del mundo, hay dos Ramos Mejía, el que vive de día y el que vive de noche. Son dos ámbitos opuestos, una constante proyección de reflejos donde está todo al revés.


De día, en especial los días de semana, se puede ver en el corazón del barrio, mujeres baldeando las puertas de las casas, a veces en solitario, abocadas a la tarea de tirar agua para limpiar las impurezas de las baldosas, con el escobillón a un costado que después se convierte en el arma clave para pelearle a la mugre, la guerra del día a día.
Otras veces se las puede ver conversando con alguna vecina, esos diálogos que por más que sean a gritos se esconden en susurros, es casi imposible oír el chusmerío. Uno pasa caminando y te miran, las miro (no es de machista, pero jamás vi a un hombre baldeando, si los he visto lavando el auto, por ejemplo) y noto que se ha perdido esa mística de saludar, ahora se traducen en conversaciones de la mirada nomás. Vos ahí, pasando por la vereda, esquivando la lluvia del balde, ella haciendo su tarea, vos sos un transeúnte, ella en ese momento es el ama de casa. Es el equilibrio.

Hay una vecina que, en verano, goza la limpieza de su vereda en bikini. Ella si saluda, a veces más tímida que otras, y algún comentario se cruza. Ella me pregunta por mi pierna, yo le pregunto por ella y su hija, el perro está siempre callado, como si no ladrara jamás, como si no fuese un perro sino una gárgola que vigila todo lo que pasa alrededor. Sigo mi camino, ella sigue allí. Equilibrio.

De día se puede ver al repartidor de diarios en bicicleta, no al estilo norteamericano, una mujer también que va dejando el ejemplar en cada casa con paciencia, a una velocidad lenta, a contramano de lo que debería ser el ritmo de una ciudad. Ella reconoce que Ramos Mejía es un barrio a fin de cuentas, en el lento girar de los rayos de las ruedas se activa la mañana del lugar, todo empieza así, despacio, lo que la rodea también parece ir lento. Los autos que la pasan, el perro que la persigue, los pájaros que sobrevuelan bajo, esquivando postes de luz en piruetas extrañas. Siete días a la semana, un laburo cíclico.

De día se pueden ver a los chicos de inmaculado guardapolvo yendo a las escuelas públicas que hay en Ramos, a los uniformados de las privadas, cruzándose sin mirarse, como exponiendo al mundo la abismal diferencia que ha impuesto el gobierno con la deformación del sistema educativo. Si uno se detiene a observar, puede ver el transcurso del año en esos rostros, rostros que a su vez, tuve yo en su momento. En marzo está la energía intacta, las mochilas más livianas (todavía no se doblan por el increíble peso de muchos manuales y carpetas), se nota las ganas de ir al colegio. En junio/julio se nota el hastío, las ganas de las vacaciones de invierno, se ven los gorritos que esconden el pelo enmarañado que ningún peine puede arreglar.
Siempre me los cruzó cuando voy a trabajar, y a veces reconozco tantas similitudes con mi persona en esos niños: vestidos para una ocasión específica, muchas veces con gestos que denotan las pocas ganas de ir al destino, con el peso de una semana que parece no terminar. Como si el colegio no solo nos instruyera en lo intelectual, el colegio nos prepara para soportar el sopor de una rutina que constituirá nuestras vidas.

De día, Ramos Mejía se viste de luces y sombras naturales, los pocos árboles que se pueden ver arrojan tímidos esbozos de oscuridad, el cielo se esconde detrás de los infinitos cableados y edificios, pasa el afilador de cuchillos tocando su particular y característico instrumento, los colectivos a mañana de mates o café. Está la que baldea, el que lava el auto, los que van a trabajar, los paseadores de perros, la que reparte los diarios en bicicleta, los escolares que se ignoran, y en la plaza duerme algún linyera, también en la iglesia. Los locales empiezan a abrir sus puertas. El barrio se despierta, bosteza, se despereza, es algo tan vivo como los seres humanos que lo habitan.

De día, Ramos Mejía se viste de normalidad después de la noche de descanso o agite, depende sea el día. Se lavan las señales del pasado con agua o con rutina, y se sale a la cancha a jugar el día a día. Ya llegará la noche, donde otro es el rey - espíritu.

Continuará…