Non Fiction:
La saga de Ramos Mejía (parte II)
La saga de Ramos Mejía (parte II)
Cuando era chico, en Ramos Mejía había dos cosas que marcaron mi memoria, mi infancia. Una fue el video club “Errols”, un local enorme, de esos que Blockbuster envidiaría hoy en día, con una sala en una especie de subsuelo dedicada exclusivamente al sector infantil.
Allí había unos juegos de plástico y montones de películas. Pero era básicamente un laberinto, muchos pasillos, montones de videos, recuerdo pasear por esos lugares, mirando las curiosas gráficas de las cajitas, tratar de ver algún pecho desnudo (las hormonas empezaban a jugar un rol en mi cuerpito) en la sección triple equis. Íbamos siempre al video club “Errols”, que desapareció con otro gigante de Ramos.
El otro ser mitológico era “Pumper Nic”, esa cadena de locales de comida rápida con el hipopótamo como logo. Antes del payaso, antes del rey de las hamburguesas estaba el hipopótamo. Ahí también concurríamos con la familia, eran épocas en las cuales era muy barato. Principios del menemismo (perdón por el exabrupto) no esperábamos la debacle que se vendría. Eran los dos gigantes de Ramos Mejía, tal vez símbolos del capitalismo más salvaje, pero cuando uno es niño, si tiene colores estridentes y sitios donde revolcarse, sirve.
Hoy en día, después de la desaparición de golpe de los dos locales, existen dos enormes “todo por dos pesos”, lo cual no me parece ninguna casualidad. Se mantuvieron todo el tiempo, incluso con el corralito, la devaluación y demás yerbas, modificaron el ecosistema de Ramos, tal vez a un nivel inconciente, yo los extraño.
También, en mis primeros recuerdos está el cine de la calle Belgrano, hoy un Musimundo sin sentido. No recuerdo haber visto ninguna película ahí, siempre íbamos a un cine que había en Liniers (no pregunten porque), solo sé que un día pregunte “¿por qué no hay cine en mi barrio?” y la respuesta me la dio, de nuevo, la modernidad. Shoppings, complejos de cine, mataron el espíritu de las pequeñas salas. Ramos Mejía carece de cine propio, hay que viajar para ver alguna buena cinta, y casi todas las que realmente aprecio se exhiben en Capital Federal (prueben ver una de Won Kar Wai en el oeste, es imposible).
Camino por Ramos mucho, siempre voy y vengo, tengo mi puesto de diarios predilecto donde compro mi revista mensual que hace las veces de Biblia, tengo mi YPF donde compro cigarrillos siempre y me conocen por nombre, está el quiosco donde paró algunos sábados a comprar caramelos o chicles antes de ir a algún bar. Caminó por Ramos y veo ese video club donde se fomentó mi pasión por el cine, aunque esté el todo por dos pesos, yo veo ese espacio, escucho las risas y pedidos desesperados que les hice a mis viejos para que alquilen tal o cual peli.
Camino por Ramos y veo ese cine, y recuerdo la frase de Sabina que dice “no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca, jamás, sucedió”. Nunca vi algo ahí, pero lo recuerdo con la calidez de alguien que sabe que se perdió una experiencia formidable.
Así es Ramos Mejía también, un lugar con sitios que han desaparecido, pero sus fantasmas flotan, se cuelan en la memoria de aquellos que quieren recordar. No todos los fantasmas son malos, algunos están para recordarnos que hubo un pasado, que la vorágine del día a día no es más que eso, una vorágine a veces sin sentido, y que esta bueno sentarse y reflexionar. Cuando uno puede traer al presente el pasado bueno, también puede emularlo, tratar de encontrar algunos paralelismos en el presente.
Continuará…
thematito
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