Lidia, es una de las vecinas que sufre la angustia de ser una de las tantas, que también quede encerrada en su casa, sin sol y sin privacidad. Más allá de la desvalorización de su propiedad, lo que más le duele, nos comenta, es que destruyan la vocación del barrio que eligió para vivir tranquila.
Avellaneda despieta con carteles pegados en los postes denunciando la impunidad, pasacalles que cuentan el flagelo a los autos que circulan y asambleas semanales en el cruce con Suipacha pero el tiempo pasa y la respuesta no llega y lo peor es el poder de policía que tiene el municipio que omite controlar tres demoliciones que hay en dos cuadras, varias veces denunciadas por visibles irregularidades.
Pero la fé está intacta y la pelea electoral que está por comenzar, será la oportunidad para volver con las marchas que tantas alegrías nos dieron.