lunes, marzo 23, 2009

Non fiction:
la saga de Ramos Mejía (parte IV)

Cae la noche, el sol da un último vestigio de vida rebotando entre los edificios, está todo anaranjado, Ramos Mejía se viste de luz artificial, los faros se encienden, la luna, dependiendo su estado de ánimo, se muestra completa, en partes o a veces nos niega su presencia. Cada cielo en cada barrio es diferente, son los ojos que lo miran.

Es en ese manto que recubre pasada la tardecita que da paso a nuevas historias, cosas que solo pueden pasar de noche. La vida nocturna es un cúmulo de hechos que solo se pueden dar en el amparo de la oscuridad, de las sombras que dominan, de los sonidos que rebotan como ecos de situaciones pasadas, ecos del pasado que vuelven hechos susurros, son esos que se pueden escuchar cuando uno camina por la calle vacía, y siente que alguien le habla al oído. Voltea, no hay nadie, nada, solo la sombra y los pasos ya hechos. Esa voz que se escucha es ese pasado que vuelve, es el alma del barrio que sale de noche a contar sus historias.

Jamás voy a olvidar lo que se siente la plaza Mitre, en Ramos sur (nos divide como barrio las vías del tren Sarmiento) al caer la noche. De día los chicos juegan en la plaza, se tiran por los juegos, esta lleno de parejitas y de viejitos que salen a dar una vuelta. De noche, la Mitre es cuna de varios grupos que buscan refugio en la oscuridad. Aquella noche de primeras veces con ella, después de una cerveza y de charlas y de confesiones, transitamos las tres de la mañana de Ramos y nos estacionamos en aquella plaza. En el centro, en el corazón. Nos miramos, nuestros corazones latían tan fuerte que no necesitamos palabras, el sonido era ensordecedor. No había nadie alrededor, fue nuestro primer y único beso, que selló un destino que no tuvo que ser, pero que fue más grande que otras cosas de mi vida. La noche fue el único testigo, ya que la luna estaba tímida esos días.

Ramos Mejía es un espectáculo algo extraño de noche. Cuando se corta la luz, hay una cuadra cerca de mi casa que no se le va la corriente, tiene un generador que le llega directamente del hospital Posadas. Se va la electricidad, pero esa cuadra y la YPF de la esquina quedan iluminadas. Siempre quise poder volar para ver desde arriba ese show, dos puntos brillantes entre la oscuridad, como un cielo nublado que regala dos estrellas a quien quiera mirar.

También es interesante observar los edificios, como se van prendiendo las velas, como las ventanitas se iluminan tenues, con sombras que tiemblan con el viento. Se ve el alma de los edificios, el alma del barrio, cuando se corta la luz.

De noche, también hay otra rutina, la de los bares, la de los boliches, la de las personas que salen en búsqueda de diversión y encuentran toda la gama de posibilidades que quieran. Si buscan rock, hay bares especiales para ellos, están los que pasan cumbia, los que pasan música para bailar, los “elegantes” y tecnos de la segunda Rivadavia, el histórico Pinar de Rocha, el lugar strippers masculinos para la platea femenina, los restaurantes de la Avenida de Mayo y los incontables cafés perdidos por las entrañas de Ramos Mejía. La vida nocturna siempre hizo fama al barrio, aunque no siempre por las buenas razones.

Depende el estado de ánimo de cada uno, se puede perder en diferentes puntos del barrio, siempre tendrá lugar. Ya sea para salir a tomar algo o bailar con los amigos, para darse un primer beso a escondidas en alguna plaza o rincón ajeno a las miradas de terceros, para ir a cenar o tomar un café cuando la cabeza no da más y necesita el silencio y la cafeína, esas noches de nostalgia.

Se acaba el recorrido por el barrio, Ramos Mejía sigue contando historias pero la vida continúa. Dentro de unos días, el final de la saga.


Continuará…

thematito
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