Solamente una lluvia importante que sirvió para desnudar la carencia de infraestructura, las falencias de diseño y los problemas de contención de una ciudad provinciana, estudiantil y administrativa..
En medio del barro y la putrefacción, los casi 400 milímetros de agua que se desparramaron por la capital de la provincia de Buenos Aires, La Plata, buscan su cauce y van desnudando las proporciones épicas de la tragedia.
51 muertos confirmados, más decenas de mascotas y animales, afloraron entre ramas y basura poniendo con su sola presencia un dejo de acusación silente, sobre tanta muerte inútil.
Alguien seguramente saldrá presuroso, y seguramente bien pago, a perorar sobre la fatalidad e imprevisibilidad de los “Actos de Dios” o catástrofes naturales.
Y como toda mentira exculpatoria en ese discurso habrá algo de verdad. No podemos, por lo menos oficialmente, y desechando teorías conspirativas propias de los Expedientes Secretos X, manejar el clima como arma. Y si así fuera seguramente la bucólica, administrativa y casi campesina capital de una provincia de Argentina no sería el blanco prioritario de quien poseyera el manejo de esas fuerzas colosales.
Pero aquí comienza el análisis del problema. No estamos ante un nuevo Fukushima japonés. No hubo terremotos de magnitud y los consiguientes Tsunamis. Solamente una lluvia importante que sirvió para desnudar la carencia de infraestructura, las falencias de diseño y los problemas de contención de una ciudad provinciana, estudiantil y administrativa.
51 muertos confirmados, más algún otro que en el colmo del espanto bizarro fue arrastrado por las aguas en su propio cajón, para desesperación de quienes lo velaban.
En el primer atardecer post tragedia las fuerzas policiales, decretaron una suerte de “estado de sitio” ordenando por radio el cierre de los pocos comercios que aún se hallaban abiertos.
Quizás la medida fue producto de conocer los saqueos reiterados de grupos que avanzaron contra supermercados y hasta alguna carnicería sin carne, de donde se llevaron solamente algunas botellas de vino.
400 efectivos de refuerzos policial se dispusieron (algo menos del 30 por ciento de lo que se dispone para un clásico Boca-River), y por supuesto hubo discursos y promesas.
Lo cierto es que el daño ha sido cuantioso, sino inconmensurable, la gente descubrió que además de no confiar en las promesas ahora debe temer a las lluvias que, a diferencia de otras latitudes, ni siquiera son radioactivas.
